SARS-CoV-2, un nombre de contraseña para un virus que se ha situado inesperadamente en nuestra vida, prisionero en la sangre de nuestro devenir, como un corazón arrítmico y oscuro. En nuestro día a día lo microscópico se hizo gigante, y lo lejano, antes servido por la televisión e internet, hizo rechinar los dientes y agallinar las pieles con lo brutalmente imprevisto.
En los largos días de confinamiento donde la muerte se enseñoreaba en las residencias y donde el cielo de abril con sus crueles nubes se convertía en un reloj de arena, la carrera frenética de nuestras vidas se frenó y pudimos pensar (tal vez demasiado). Pudimos aplaudir a los minúsculos ejércitos de sanitarios y pudimos elaborar las más variopintas teorías de la conspiración. Pudimos llegar a la conclusión de que todos estamos en el mismo barco y pudimos mediante las redes sociales exacerbar el odio y el desprecio hacia el que piensa distinto.
Pero en cada casa, el hilo conductor de la vida como un pequeño afluente del río de la sociedad, seguía corriendo en mínimos gestos; sonrisas y desplantes, comidas y cenas, la rutina escrupulosamente programada para evadir la dejadez del cuerpo y de la mente que no evitaba las apariciones repentinas de la tristeza o incluso de la desesperación. De repente, los objetos domésticos en los que antes no se posaba la mirada (una flor seca, una tostadora, unas fotografías acumulando polvo) se convirtieron en testigos mudos de nuestra deriva, tomaron otro aspecto a la luz del claustro de nuestra cuarentena.
El libro 'Pequeño' (del cual las fotos aquí expuestas forman parte) se imaginó para mostrar humildemente que en una casa cualquiera -que son todas las casas- los objetos pueden también derivar en otro significado cuando la velocidad de nuestra trayectoria queda en suspenso. Con su vida propia, su amarga belleza. Un cuchillo que sirve para preparar una deliciosa cena puede también precipitar una tragedia. Porque es la mirada que nos damos en común lo que distingue una raíz de un pequeño monstruo y es la confianza en el futuro lo que diferencia un agente infeccioso de un terrible ángel destructor de la realidad.
Miguel Angel Gara
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